En mi columna anterior, te hablaba acerca de las situaciones de alerta que se disparan en torno a un trastorno de la conducta alimentaria, en esta, te explicaré cómo se puede ayudar a alguien que esté atravesando una situación así.
Los trastornos de la alimentación son enfermedades en las que las personas experimentan trastornos graves en sus hábitos alimentarios, pensamientos y emociones relacionadas. Los que los padecen suelen preocuparse por la comida y su peso corporal.
El tratamiento para un trastorno alimentario es un verdadero desafío. Implica interrumpir todas esas conductas que se han vuelto tan motivadoras y convincentes que nos han atrapado por completo.
La recuperación requiere un equipo, que incluye familiares, amigos y otros apoyos sociales, así como profesionales en nutrición, psicólogos, médicos de familia y psiquiatras expertos en el tema.
Intenta ser empático, pero bastante claro al interactuar con una persona que padece de un trastorno de la conducta alimentaria.
Enumerar con gentileza y actitud asertiva los signos o comportamientos que has notado alrededor de su alimentación y que te preocupan.
Escucha con atención a la persona que sufre sin interrumpirla a menudo, hacer juicios o señalamientos, humillar o recriminar por su condición. Hazle saber que no se encuentra sola e invítala a cambiar la costumbre y a buscar otras opciones cuando deba relacionarse con la comida. Recordemos que el hábito que hemos adquirido nos impulsa casi de manera inconsciente y al no registrarlo no somos capaces de cambiar.
Hazle una invitación a parar un momento y darse tiempo para reflexionar acerca de las emociones y pensamientos que la golpean, cual tormenta y le han generado confusión. Recuérdale que esa hambre emocional no se apacigua con una caja de donuts o un tazón de helado. Reconocer y aceptar las emociones y bucear en buena compañía dentro de ellas puede ser de gran utilidad, para modificar una conducta. El “darse cuenta” es vital para saber por dónde ir.
Siéntate a comer con esa persona y procura hacerlo aplicando una atención consciente. Hacer pausas, paladear bien los alimentos, masticar despacio, deglutir después de haber tenido la comida durante el tiempo suficiente dentro de la boca y hablar de temas agradables, mejorará su experiencia con la comida.
Ayúdale a tomar la decisión de buscar unos buenos profesionales para iniciar un tratamiento y ofrécele ir con su amigo o familiar a dicha evaluación. Siéntete preparado si la persona en cuestión te manifiesta dudas de asistir o no a la consulta profesional. No lo recrimines, ni intentes persuadirlo con chantajes emocionales. Quédate cerca y sé un buen punto de apoyo.
Evita hacer comentarios sarcásticos, chistes o dar ejemplos despectivos de otras personas que sufran de la misma condición. El respeto, la compañía, la escucha y el ejemplo vivo pueden ser motivadores y permiten que la persona se tranquilice y contemple la posibilidad de recibir ayuda.
El tratamiento de los trastornos de la conducta alimentaria es efectivo cuando el paciente se involucra de verdad en el mismo y se siente apoyado y respetado como persona. Muchos pueden lograr una recuperación completa y la gran mayoría mejorará con la atención experta. También este ayuda a las personas afectadas a cambiar lo que hacen, les ayuda a normalizar su alimentación y a replantear los pensamientos irracionales que mantienen comportamientos desordenados al comer.
Para finalizar este material los invito a reflexionar sobre cuál es esa relación que ustedes mantienen con el acto de alimentarse. El placer dentro del equilibrio lleva a una satisfacción que permanece en el tiempo y no genera sufrimiento. Cuando adquirimos una clara consciencia del papel que debería cumplir la alimentación para cada uno de nosotros estaremos muy bien equipados para romper barreras y temores en torno a la comida, alcanzar un estilo de vida saludable y mantenernos en un peso estable y adecuado. No nos dejemos llevar por el consumo y la prisa que nos impide analizar lo que hacemos.
Una historia zen nos cuenta la relación entre un jinete y un caballo. El caballo va galopando desbocado, y al parecer quien va montado en él se dirige a un lugar muy importante. Un transeúnte le pregunta: “Adónde te diriges con tanta prisa?”, y el jinete replica: “¡No tengo la menor idea! Pregúntale al caballo”. Esta podría ser la historia de nuestra vida.
No permitamos que la vida nos arrastre a la deriva. Tomemos las riendas con fuerza, pongamos el freno y seamos conscientes de nuestra ruta y el paisaje. Y con esto también me refiero a la conducta alimentaria. Hay que descansar del ritmo trepidante de la vida, liberarnos de nuestras rutinas frenéticas, dejar de comer inconscientemente. Seamos plenamente conscientes de lo que ocurre en nuestra vida diaria, y sobre todo ver lo que acontece dentro de nosotros mismos. Entonces podremos pensar en cambiar aquello que nos hace tanto daño.
Dra. Iris Luna
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