Todavía quedaba una tribu antigua, totalmente virgen, que nunca había tenido contacto con nuestro mundo supuestamente civilizado…

el periódico de la psicología – Manuel Ferriz. Fundador la Clínica Universitaria del Alma ARACELI. 8/06/2024 Barcelona

Todavía quedaba una tribu antigua, intacta, totalmente virgen, que nunca había tenido contacto con nuestro mundo supuestamente civilizado. Al parecer se había mantenido sin influencias externas hasta hoy, día en que un grupo de investigadores lograrían el «hallazgo» al toparse con esa comunidad tan singular.
Fue un encuentro totalmente revelador. Al entrar en contacto visual, los habitantes de aquél poblado pronunciaban una única palabra de sonido chispeante. Decían algo así como «chist», o «crits» y acto seguido se iban a buscar una piedra que añadían a su cesta para, al cabo de seis días descargarla en una especie de almacén mágico que esa tribu tenía en el centro del poblado.
El proceso se repetía una y otra vez ante la atónita mirada de aquél pequeño grupo de científicos que practicaban un acercamiento progresivo con cautela, para no producir los devastadores efectos de una cultura de patrones potencialmente destructivos imponiéndose sobre otra aparentemente menos avanzada pero que había logrado mantenerse misteriosamente intacta desde tiempos inmemoriales.
Se trataba de un descubrimiento de gran importancia para los psicólogos de ésa época. ¿Cómo encontraron el equilibrio en ése hábitat tan complejo y cómo resolvían sus retos y necesidades vitales?
La tribu no se comunicaba con conceptos. Sólo había una palabra que cuando la pronunciaban se sentían obligados a coger una piedra y cargarla durante 6 largos días hasta depositarla en ese curioso almacén hecho de cañas y barro. El resto del día permanecían en silencio o cantaban y reían. Practicaban acrobacias y se divertían haciendo malabares con cocos. Entre ellos se ayudaban constantemente. Daba la sensación de que habían desarrollado una especie de telepatía para saber cuándo alguien requería algo de los demás.
Cada cabaña estaba habitada por una familia que se especializaba en una disciplina diferente de manera que el suministro necesario para la supervivencia de toda la tribu estaba garantizado.
Vivían en un estado de permanente felicidad. Se expresaban con cantos tarareados y el cariño tenía lugar a través de un constante contacto físico, caricias, roces, toques suaves en las orejas o en la nariz, miradas expresivas, o abrir y cerrar de ojos detonante de un estado anímico concreto.
Pero al entrar en contacto con el mundo moderno empezaron a ocurrir almacenamientos prolongados de piedras y piedras que no hacían más que invadir cada vez más el espacio vital de los habitantes del poblado.
Ante tales hechos el hechicero del pueblo salió de su choza, preocupado al ver el desmesurado incremento de piedras. Se desplazó al campamento de los científicos y… señalando su boca con insistencia les dió a entender que deseaba aprender a hablar en el idioma de ése desconocido mundo que estaba provocando tal desajuste a su tribu. Y así lo hicieron.
Tardaron nueve meses en enseñarle las palabras necesarias para entender lo que ése hechicero tenía que explicarles… Cuando empezó a hablar les contó…
«En mi tribu no hablamos. Sólo cantamos, reímos, nos tocamos, percibimos y pensamos. Cada vez que alguien tiene un pensamiento de algo que elimina su alegría y le hace sentir temor o preocupación toda la tribu se entera puesto que hay una conexión muy intensa entre nosotros y es entonces cuando emitimos una única palabra que es el ruido que hace una rama cuando se parte: «crist». Entonces, para tener consciencia de que ése pensamiento no queda en el olvido sino que fabrica otros más, tenemos la costumbre de cargar una piedra al lomo durante 6 rigurosos días en los cuáles el pensador se hace responsable del peso que ése pensamiento tiene para él y para el resto de la comunidad. Al depositarlo físicamente en un lugar visible para todos yo, y toda la tribu tenemos un indicador de si nuestra alegría está en peligro pudiendo tomar consciencia de que el futuro no está sembrándose adecuadamente en nuestra experiencia del presente.
Cuando llegasteis, casi todo el poblado sintió que esa presencia podría cambiar el equilibrio y la armonía que se había mantenido desde siempre. Y como todos los de nuestra comunidad son honestos porque no es posible esconder nuestros pensamientos ante la avanzada percepción de sus compañeros sintieron miedo y tuvieron que cargar muchas piedras que finalmente llegaron al centro del poblado , ese lugar donde el guardián de la Paz que soy yo decide si convocar o no al poblado entero para disolver cualquier pesar.
Cuando hay muchas piedras todos los nativos pasan a verlas y crece su preocupación. De esa percepción ocurre que deben cargar más y más piedras y todo se complica exponencialmente. Entonces, puesto que soy el heredero del equilibrio que vela por la salud mental de esta gran familia… convoco una fiesta mágica y nos juntamos para pintar las piedras una a una mientras las vamos colocando formando un enorme corazón alrededor del fuego.
Esa noche cantamos y bailamos hasta el amanecer para que el espíritu de esos pensamientos se transforme en energía de otra polaridad. Es una sinfonía delirante en donde todo mal pensamiento se va disolviendo por completo. Llevamos haciendo esto desde el inicio de los tiempos. De esta manera todos saben que un sólo pensamiento de temor o preocupación afecta al pueblo entero y es toda la comunidad quien lo acaba solucionando.
Aquí nadie se salta esa costumbre porque si alguna vez no cargan sus piedras, esos pensamientos les persiguen y acaban reflejándose en una ausencia de sonrisa o en una mirada triste. El pueblo entero se ve afectado.
Mi labor es detectar esos desajustes y conseguir que la sonrisa nunca desaparezca en nuestra aldea. Al ver a los extranjeros, las ramas del árbol de nuestra paz temblaron y todo el pueblo empezó a «cristear» llenando de piedras el corazón de nuestro pueblo. Vengo a pediros que vengáis a la próxima fiesta ya que ahora estáis influyendo también vosotros en los pensamientos de mi familia.
Los investigadores atónitos ante ése singular comportamiento que jamás habían observado en ninguna cultura de las consideradas «antiguas» se vistieron para la ocasión y llegaron a la casa del hechicero. Había montones de piedras. El sabio de la tribu les entregó un cuenco con múltiples tintes y les indicó que cogiesen piedras y las decorasen antes de formar el corazón. Poco a poco iban viniendo los demás nativos que hacían lo mismo.
Pasados unos minutos el poblado entero estaba realizando esa misma tarea entonando un increíble coro de voces. Tarareaban y emitían sonidos bellísimos que cada vez eran más intensos…y la noche avanzaba. Aquella música era totalmente sorprendente. Inicialmente parecían voces separadas pero poco a poco se fueron uniendo en un clamor unificado y profundo, una bella letanía cuya vibración resonaba en todas las células de los participantes en la ceremonia.
Aquello era mágico y los científicos se observaban estupefactos percibiéndose como drogados por tal sinfonía celestial. Al parecer las vibraciones se fueron uniendo y la bella intención de sublimar todos los pensamientos de preocupación expandía una energía amorosa tan intensa que parecía algo de otro mundo.
Con los primeros rayos del sol y para concluir la ceremonia cada uno se llevó unas cuantas piedras de las que habían sido decoradas y colocadas en forma de corazón alrededor del fuego y los habitantes de aquél poblado se dispusieron en fila india como en una procesión en peregrinación silenciosa para hacer la ofrenda final en lo alto de una cascada cercana. En aquél lugar sagrado limpiaban una a una cada piedra (que simboliza la sanación de su percepción, pensamientos y emociones) y tras propinar varios golpes entre ellas a modo de despedida (simbolizando «la disolución de ésa ilusoria realidad) las iban lanzando en caída libre hacia el barranco, lugar que se había convertido en un precioso pedregal del que preciosas flores crecían milagrosamente cada año como si todos aquellos pensamientos ya integrados y reconocidos fuesen la base de un paraíso que cada año ofrecía un espectáculo único.
«Durante siglos hemos hecho esto y todas nuestras necesidades han sido cubiertas por Abaam» (la divinidad venerada por esa cultura ancestral),- comentaba el hechicero de aquél pueblo despidiéndose de aquellos investigadores cuando acabó todo el proceso.
El impacto de esa experiencia fue tal en la mente de los científicos, que se reunieron y tomaron la decisión de no mostrar al mundo la información acerca de la ubicación de aquella avanzada comunidad tras observar sus procesos de sanación y su estado de constante alegría, bondad y armonía…
…y es que una comunidad no está más avanzada por sus progresos científicos o por su tecnología sino por cómo percibe su experiencia para que esta sea transformada en un espacio de alegría y Paz.
Y esto ocurre cuando estás hablando sin palabras, susurrando el lenguaje de la Suprema Inteligencia, dando paso al impulso espontáneo incondicional de amor que todo lo sostiene.
Cargo mis piedras, despolarizo el significado que les asigné en su momento, las decoro con luz de agradecimiento y las dejo ir limpias con un discernimiento limpio y nítido de que esa experiencia me sitúa en el Paraíso del vacío, bello lugar donde se esconde un tesoro tras el velo de este supuesto mundo inerte…
Me libero de toda identidad acompañando a esa verdad que siempre estuvo presente en mi y en todos los seres.
Dejo simplemente que «estar viviendo» se despliegue, celebrando que toda vida es un regalo… o sea «Dios siendo en nosotros». He aquí, como dice Bienve Herreros la única relación provechosa que nos conducirá al «Altar del Cielo»: conectar con el amor del Creador tras descubrir su creatividad incondicional en sublime neutralidad.
Éste es nuestro «lugar para jugar…»
Sin un propósito ni querer transformar…
Me divierto sin más…
Manu

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