el periódico de la psicología – L´ Abadia de Santes – labadiasantescreus.com – 21/06/2024 Barcelona
En muchas zonas del arzobispado de Tarragona, la casa donde vive el rector se llama «abadía», mientras que en el resto de poblaciones se llama «rectoría».
En medio de la baranda del balcón de la habitación del rector se encuentra un «bonete», recuerdo de su presencia. En la baranda del balcón, que reposa sobre la fachada principal de la iglesia, hay una doble cruz que recuerda que perteneció al monasterio de Santes Creus.
El monje vicario, que ejercía la cura de almas en el término de Santes Creus, habitaba la casa de la «torre de l’Assumpta», conocida hoy en día como «ca la Bergadana». Después de la exclaustración, en 1835, quien quedó como rector abandonó esa residencia.
La desamortización supuso la privatización de gran parte de los edificios del antiguo monasterio que ocupaban la plaza. La necesidad de dotar a la parroquia de Santes Creus con una casa para su rector hizo pensar en la actual abadía. La casa se encontraba situada justo al lado de la iglesia mayor del monasterio. La vivienda se incluyó en el inventario de esos edificios eclesiásticos excluidos de la desamortización según los convenios firmados entre la Santa Sede y el Reino de España, con fechas de 25 de agosto de 1859 y 4 de enero de 1867, respectivamente.
La abadía de Santes Creus, junto con la casa vecina, conocidas como «Casas de los monjes jubilados», se construyeron a mediados del siglo XVIII.
En 1937, la Generalitat de Cataluña, después de haber incautado la abadía de Santes Creus y la casa del marqués de Casa Riera, inició un proceso de rehabilitación de los edificios con la intención de que se usaran como residencia del Presidente de la Generalitat de Cataluña. En 1939, acabada la Guerra Civil, las casas volvieron a sus legítimos dueños.
La rehabilitación.
La casa, cuyo fin era convertirse en habitación de los monjes jubilados de Santes Creus, se proyectó teniendo en cuenta su finalidad, que no era otra que facilitar la vida contemplativa y austera de sus habitantes. De este modo, se explican sus proporciones, nunca estridentes, la altura de sus habitaciones, que impedía la sensación de opresión y elevaba el espíritu, y la existencia de espacios amplios que permitían a los huéspedes zambullirse en algo que era mucho más grande que ellos mismos. Así pues, el mobiliario no podía ser de ninguna manera lujoso, abundante y carentes de utilidad.
Esta finalidad se ha seguido en las intervenciones que se han hecho para rehabilitar la casa, que han sido siempre las estrictamente necesarias. Así pues, se han respetado los pavimentos, los envigados, las puertas y ventanas y todo el edificio en su globalidad.
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