La enfermedad mental no es un síndrome de estigma

La palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha”
Michel de Montaigne.

Este artículo surge de mi inquietud por aportar unos datos sencillos y claros en torno a dos conceptos que inquietan a muchas personas: las enfermedades mentales y la psicopatología.

Las personas no tenemos porqué rotularnos o dividirnos en sanos o trastornados de una manera inflexible y rígida. Ante cada persona que sufre, el psiquiatra o el psicólogo deberá tratar de comprender toda la complejidad de dicho sufri- miento y tener en cuenta que entre el profesional y el paciente se establece una relación humana de ayuda profesional en donde debe existir la empatía, el respeto y la intención de ayudarle al paciente a mejorar la condición que le genera malestar.

La psicopatología es considerada la esencia misma del trastorno psicológico (enfermedad mental). Si hay algo que se debe recalcar es que en el mundo de la psicopatología no existen fronteras perfectamente delimitadas entre una y otra enfermedad. Hay unos criterios que nos ayudan a realizar un diagnóstico y a trabajar con el paciente alrededor del mismo, teniendo en cuenta aspectos relacionados con la vida personal, las relaciones familiares y redes de apoyo, la parte laboral, las aspiraciones personales, la vida espiritual, la personalidad de cada quien, los hábitos y costumbres, entre otros, que permitirán que se haga un tratamiento a la medida de cada quien porque debemos recordar que: no tratamos enfermedades, tratamos enfermos.

En ocasiones las enfermedades se enmascaran y, en otras, se dejan ver con toda su fuerza. Por esto, cuando el profesional en salud mental estudia la manera cómo se presentan y entremezclan unas enfermedades mentales con otras, deberá estar muy atento a la forma como dichos trastornos afectan la calidad de vida del paciente y el entorno que lo rodea, para poder brindar un apoyo efectivo.

Todos sabemos que la vida actual es bastante complicada, pero cuando a las complicaciones del día a día, propias de todo ser humano, le añadimos un trastorno mental, este afecta a la persona de una manera global, es decir, que la involucra en muchos aspectos de su vida. En ocasiones hasta la cambia: la puede volver más temerosa, más huraña, más irritable, más triste, más agresiva, más pasiva e, incluso, más aislada.

Los trastornos mentales, pues, tienen la facultad de interferir en la forma de pensar, de sentir, de comunicarse y de actuar de una persona, haciéndole ver el mundo y a sí mismo de una forma muy distinta y en ocasiones excéntrica. Si tuviéramos que emplear sólo dos adjetivos acerca de la manera como ven el mundo quienes padecen algún tipo de enfermedad mental o psicopatología, se podría decir que lo ven más hostil y más amenazante.Por otro lado, como todo aquello a lo que se teme parece ser más probable que suceda, los hace estar más ansiosos y alerta. Además, por desgracia, a veces el entorno no ayuda mucho que digamos. Es frecuente que se diga a una persona con un cuadro depresivo cosas como: “deja de ser mimada”, “lo tuyo es pura flojera”, “pon de tu parte y deja de pensar bobadas”, “eres una persona frágil, pareces una mantequilla”, etc. Todo esto hace que el individuo deprimido se sienta más solo y hasta más culpable, por no ser supuestamente “valiente” como los otros.

Y la realidad es que por más información que llegue a través de los medios de comunicación, internet o las campañas de salud mental, todavía los pacientes que acuden a consulta siguen formulando las mismas preguntas: ¿esto se me quitará pronto?, ¿volveré a ser el mismo de antes?, ¿me estoy volviendo loco?, ¿me falta carácter?, ¿soy un cobarde?, ¿soy débil?, ¿vengo a visitar al psiquiatra porque estoy chiflado?…

A veces, para contestar a estas y a otras cuestiones relacionadas con el sufrimiento mental, primero apelo al principio de la incertidumbre que les cito enseguida y luego intento aclarar los aspectos necesarios acerca de la enfermedad mental.

Para cualquier persona, convivir con la incertidumbre es algo incomodo. Todos necesitamos de alguna forma para controlar lo incontrolable. La preocupación que sentimos es precisamente eso, una forma de “control”. Por lo tanto, es algo lógico preguntarse lo que te preguntas en este momento.

¿Qué es la psicopatología y para qué sirve?
Es una ciencia que estudia la causa y las características de los trastornos mentales. Los especialistas en salud mental nos acercamos a ella desde un modelo donde intervienen varias disciplinas, ya que se alimenta de métodos científicos diferentes como la psicología, la biología, la neurología, la genética, la fisiología humana, la sociología y la antropología. Todas estas áreas contribuyen a la elaboración de la psicopatología y, probablemente, ninguna de ellas sea suficiente por sí sola para explicar los fenómenos anormales.

En el quehacer diario tanto el psiquiatra como el psicólogo clínico tienen muy presente la psicopatología, pues como dije al inicio, dicha rama de la ciencia se encarga de estudiar la descripción, evolución y causa de los trastornos mentales. El psiquiatra, pues, trata de integrar y aplicar esos conocimientos en la atención de cada paciente, durante cada una de sus intervenciones (psicoterapia de diverso tipo), y en los casos en que sea necesario emplea algunos medicamentos u otras terapias biológicas vigentes y seguras para cada paciente en particular, obviamente con su consentimiento.

La enfermedad mental y el estigma
Las enfermedades mentales son los problemas de salud que incluyen cambios en el pensamiento, emoción o comportamientos (o una combinación de estos). Dichos trastornos psicopatológicos están asociados con el malestar y/o problemas de funcionamiento en la vida social, el trabajo o las actividades familiares. Aunque parezca algo extraño, las enfermedades mentales son bastante comunes dentro de la población general y además pueden ser tratables. Los tratamientos especializados y el apoyo psicoterapéutico permite que las personas que han atravesado por una enfermedad mental vuelvan a ser funcionales, disfruten de una buena calidad de vida y adquieran los conocimientos necesarios acerca de su enfermedad, para estar pendiente de sus recaídas y poder consultar a tiempo con el especialista.

La enfermedad mental no es un sinónimo de estigma. La enfermedad mental no es un sinónimo de estigma
La enfermedad mental no es nada de lo cual tengamos porqué avergonzarnos y, de ninguna manera, es signo de debilidad. Se trata de un problema médico, al igual que las enfermedades del corazón, del hígado, páncreas o los riñones.

¿Cómo podemos identificar que alguien padece una enfermedad mental?

Podemos identificarlo cuando presenta:
Modificaciones importantes y tangibles en el pensamiento, las emociones y/o las conductas de cada día.
Alteraciones marcadas del apetito (atracones o limitación marcada de la ingesta), insomnio o somnolencia, funcionamiento sexual alterado, problemas de atención, memoria o comunicación con los demás.
Preocupación exagerada, angustia o problemas importantes en su funcionamiento social, laboral, académico o familiar.
Descuido de su aspecto personal, abandono de hábitos saludables, exagerada preocupación por su aspecto físico o empezar a emplear una vestimenta estrambótica.
Aislamiento y expresión de deseos de morir.
Es importante entender que la salud mental es la base de nuestras cogniciones (pensamientos), la capacidad para comunicarnos, el aprendizaje, la adaptación a los cambios, la autoestima, el bienestar personal y emocional y la capacidad de contribuir a la comunidad.

La salud mental implica el funcionamiento eficaz en las labores del día a día que se ven reflejadas en:
Desempeño de actividades productivas y reconfortantes a nivel de los estudios, el trabajo y el cuidado de nosotros mismos y de los que tenemos a nuestro cargo.
Relaciones interpersonales adecuadas y reconfortantes (sin dependencias, sobreprotección, celos patológicos, negligencia, malos tratos, etc.)
Capacidad para adaptarse a los cambios y hacer frente a los duelos y a la adversidad de manera apropiada.
Muchas personas que presentan un trastorno mental (trastorno obsesivo, anorexia, trastorno bipolar, etc.) prefieren no hablar de ello, esconderlo y buscar soluciones “alternativas” en internet. Por ejemplo, visitar páginas virtuales que alientan a las enfermas con bulimia a seguir vomitando y a las pacientes con anorexia a continuar restringiendo los alimentos (pro ANA y MIA), o comprar por internet y sin ninguna prescripción médica sustancias para vencer la depresión como pastillas de hierba de San Juan, etc. Una persona con enfermedad mental suele buscar el anonimato porque es muy posible que se sienta vulnerable, tema ser estigmatizada o sentirse inferior a los demás. Esto es perfectamente entendible, pero definitivamente no es una buena estrategia para mejorarse del problema. Considero importante hablar sobre este tema e intentar difundir información para que entre todos venzamos el estigma de la enfermedad mental, seamos solidarios y dignifiquemos en todo momento a la personas con trastornos mentales.

Muchos todavía asocian el término “enfermedad mental” a rotulación, exclusión, discriminación y burla. Ya en 1963, Edwin Goffman, nos habló del estigma y lo definió como la presencia de un atributo personal negativo y en extremo denigrante, que hace a una persona o grupo de personas diferente de las demás (de clase indeseable o de baja categoría) . Goffman denominó estigma negativo a cualquier enfermedad, atributo, rasgo o comportamiento del portador como algo “culturalmente inaceptable” e inferior, que se asocia a sentimientos de vergüenza, humillación, aislamiento y, en algunos casos, ideas de culpa.

Es importante hacer notar que el estigma puede ser descrito como un producto interactivo de las relaciones sociales entre la gente. Es decir, necesita de dos o más actores sociales en los que cada uno de ellos asume roles específicos, sea como estigmatizador ( persona “sana”: por ejemplo, que no consume sustancias psicoactivas y es activo laboralmente) o como estigmatizado (individuo dependiente del alcohol y la cocaína, que ha perdido su trabajo). De esta manera, el estigma es visto como un proceso interpersonal producto de las relaciones sociales y de la mirada de los otros, más que un simple atributo individual.

El estigma no puede ser visto como algo estático sino que, por el contrario, se trata de un concepto dinámico, fluido y contingente que varía según las épocas y el contexto. El estigma es el producto de varios procesos (secuenciales o simultáneos) de etiquetamiento, estereotipos, distanciamiento y segregación, degradación y discriminación que ocurren por lo general en un contexto poco equitativo. Esta “marca” indeseable en torno al paciente psiquiátrico es un factor significativo que influye negativamente en el proceso de búsqueda terapéutica y rehabilitación, interfiriendo con el acceso al tratamiento y acatamiento de las prescripciones médicas, obstaculizando la vuelta a una vida normal y efectiva reintegración social.

El estigma y la exclusión social contribuyen significativamente al sufrimiento individual y colectivo – el cual puede empeorar aún más la evolución y pronóstico de la enfermedad mental – interfiriendo con el uso oportuno de los servicios de salud y el itinerario terapéutico, afectando el curso de la enfermedad y los resultados del tratamiento.

En general, las campañas de información y educación al público general y el proceso de desinstitucionalización del cuidado de los enfermos mentales han tenido algún efecto para cambiar el estigma y la discriminación asociada con los trastornos mentales. Por esto, no me canso de recordar que luchar contra el estigma y la exclusión social depende, en última instancia, de nuestro mejor entendimiento de los trastornos mentales y de nuestro compromiso (a nivel social y cultural ) de dar todo el respeto, apoyo y trato digno que merecen las personas con enfermedades mentales.

El paciente con un trastorno mental tiene mucho temor a ser discriminado y estigmatizado y dicha aprehensión conduce en muchos casos a ocultar o disfrazar síntomas, y en casos desgraciadamente frecuentes, a incursionar en el consumo de tranquilizantes, alcohol y otras sustancias que pueden empeorar su condición. Lo anterior, implica el diferimiento del diagnóstico oportuno o la postergación indefinida del tratamiento, a veces con consecuencias muy graves para el curso y pronóstico de la enfermedad, que se hace más severa y persistente, produciendo mucho sufrimiento mental, deterioro en la calidad de vida del paciente y problemas a nivel laboral y personal.

Los especialistas en salud mental estamos ampliando continuamente nuestra comprensión de cómo funciona el cerebro humano y hay excelentes tratamientos disponibles para el manejo de los trastornos mentales, cada vez con menos efectos secundarios y mayores niveles de seguridad y aceptación por parte del organismo. Lo importante es que los pacientes consulten de manera precoz para poder ayudarles de la mejor manera posible.

Recordemos que las enfermedades mentales no discriminan, estas pueden afectar a cualquier persona independientemente de su edad, sexo, ingresos, posición social, raza/origen étnico, religión/espiritualidad, orientación sexual, antecedentes o cualquier otro aspecto de la identidad cultural. Mientras que la enfermedad mental puede ocurrir a cualquier edad, las tres cuartas partes de todas las enfermedades mentales comienza a los 24 años.

Los trastornos mentales se presentan de muchas formas. Algunos son bastante leves y sólo interfieren de manera limitada con la vida diaria, tales como ciertas fobias (miedos anormales). Trastornos mentales como la depresión, el trastorno bipolar, los problemas con la conducta alimentaria y el trastorno de déficit de atención e hiperactividad son bastante reconocidos entre la comunidad y hasta las “celebridades” hablan de ellos en las redes sociales. Otros problemas de salud mental (episodios de manía, depresión psicótica, crisis de esquizofrenia) son tan graves que una persona puede necesitar atención en un hospital.

R B supo que padecía de trastorno bipolar y me permitió compartir con ustedes la forma en que logró superar el estigma y recibir el tratamiento adecuado.

Me diagnosticaron trastorno bipolar I cuando tenía 22 años y tuvieron que hospitalizarme porque me desnudé en la Universidad y me metí en una fuente de agua, pensando que era “La Venus”. Al principio tenía mucho miedo y me negaba a indagar acerca de lo que me había pasado. Yo solo sentía vergüenza y no quería profundizar en este tema. Pensé inicialmente que era a causa de mis trasnochos para presentar mis maquetas en la universidad y el exceso de café. De todos modos, tomé los medicamentos que me prescribieron, pero dos meses después los abandoné. Luego vinieron otras crisis: me daban subidones que me parecían divertidos. Allí regalaba plata, botaba cosas, hablaba mucho, no dormía nada y me empezó a ir mal en la facultad. Mi pensamiento volaba más que mis palabras, las ideas me brotaban sin parar, pero poco a poco la gente se fue alejando de mi y en la universidad me miraban como bicho raro. Comencé a irme de fiesta cada vez que podía y me emborrachaba y eso me distanciaba de mis padres cada vez más. Había otras épocas en las que me ponía muy triste y no era capaz ni de levantarme de la cama. Mis padres me llevaban a regañadientes donde el psiquiatra y yo le mentía y le decía que estaba bien. Compraba los medicamentos que me mandaba, pero poco tiempo después, cundo me sentía mejorcita, los dejaba de vuelta. Años después del diagnóstico, seguía dando palos de ciego porque el estigma siempre fue una gran preocupación para mí. Mis papás me decían “que no le contara a nadie que era bipolar para que no me hicieran daño”. Me demoré mucho para graduarme de arquitecta y gracias a la trabajadora social de la Universidad no me echaron de la carrera. Ella me llevó a la Asociación de pacientes bipolares y desde entonces las cosas cambiaron para bien. En ese grupo recibí mucho apoyo. Me convencieron a que buscara de nuevo ayuda profesional y que fuera honesta. Eso hice y seguí al pie de la letra las indicaciones del psiquiatra. Aprendí mucho sobre mis síntomas y el tratamiento y llevo bastante tiempo sin crisis. Me casé hace dos años y ahora estoy trabajando. Desde hace seis meses voy donde un psicólogo para trabajar mis habilidades sociales y asertividad y en eso estoy. Una vez decidí hacerme cargo de mi enfermedad, conocer acerca de ella y afrontarla con el apoyo del grupo y de mis padres, las cosas han mejorado mucho. Lo más importante es que ahora soy consciente de que esto que me pasaba no podía destruir mi vida y mi futuro, así que no me quedó más remedio que darle la cara, conocerla a fondo, no seguir escondiéndola, aceptar el apoyo de quienes la habían sufrido como yo y acercarme a mi familia.”

No hay que tenerle miedo al diagnóstico de una enfermedad mental. Ante cualquier síntoma que nos preocupe, lo mejor es consultar a tiempo, rodearnos de nuestra familia, buscar grupos de apoyo y tener claro que: un diagnóstico precoz, aceptar nuestra condición sin sentirnos avergonzados ni menos que nadie, aceptar el tratamiento especializado, conocer acerca de la enfermedad e intentar mantener unos buenos hábitos nos ayudará a tomar de nuevo el control de nuestra vida.

Por: Dra. I. Luna
Psiquiatra

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