La palabra «duelo» proviene del latín «duellum», originalmente significaba «guerra» o «batalla», reflejando un conflicto o enfrentamiento. Con el paso del tiempo, su significado ha evolucionado, para describir no solo un combate, sino también el profundo dolor emocional que se experimenta ante la pérdida de un ser querido o algo significativo. Así, el duelo representa una lucha interna que involucra un proceso de aceptación y adaptación, en el cual nos enfrentamos y reconciliamos con la ausencia y el cambio en nuestras vidas.
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La vida, en su esencia, es una sucesión de cambios, transiciones y pérdidas. Algunos cambios son “escogidos” y los abordamos desde un lugar de más centramiento y poder, sin embargo, otros son “cambios encontrados”, aquellos cambios que no escogemos, bien sea una pérdida, un despido, un cambio relevante en la vida que no hayamos decidido libremente y nos puede condicionar a la hora de afrontarlo desde un lugar de centramiento y serenidad.
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Aunque solemos asociar el duelo exclusivamente con la muerte de un ser querido, el concepto es mucho más amplio y se extiende a las múltiples etapas y transiciones que atravesamos a lo largo de nuestra existencia. Perder un trabajo, cerrar un ciclo importante, cambiar de ciudad, o incluso avanzar en edad, son experiencias que, en mayor o menor medida, nos exigen procesos de duelo. Estos momentos no solo nos confrontan con la pérdida en sí, sino también con la necesidad de reconfigurar nuestra identidad y propósito en el mundo.
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La pérdida como transformación: Aceptación
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La pérdida no es simplemente una experiencia dolorosa a superar, sino una oportunidad de transformación. Suena tópico, lo sé, sin embargo así es: El duelo puede ser visto como un proceso que nos invita a reconectarnos con nosotros mismos y a redefinir nuestras prioridades y valores.
El enfoque humanista, que valora la experiencia subjetiva y la capacidad innata de cada ser humano para el crecimiento y la autorrealización, nos sugiere que la pérdida puede ser un catalizador para profundizar nuestra comprensión de la vida. La aceptación de la impermanencia, un principio clave en muchas prácticas de mindfulness, nos enseña a vivir plenamente cada momento, reconociendo que el cambio es una constante inevitable y que la pérdida es parte de ese flujo natural.
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“Estar» con la pérdida
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El mindfulness, o atención plena, nos ofrece herramientas para enfrentar el duelo de una manera consciente y compasiva. En lugar de resistir, negar, confrontarse o evitar el dolor, nos invita a acercarnos a él con apertura. Esto no significa que debamos forzar una aceptación inmediata de lo que ha sucedido, sino más bien que debemos permitirnos sentir y experimentar plenamente nuestras emociones, sin juicio, y su transición en el paso del tiempo. Contemplar nuestras emociones y pensamientos sin quedar atrapados en ellos.
Esta contemplación puede ayudarnos a comprender que el dolor, por muy intenso que sea, es transitorio. Como las olas en el mar, las emociones van y vienen, y si las enfrentamos con paciencia y amabilidad hacia nosotros mismos, podemos atravesar el dolor sin quedar definidos por él.
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«Convivir» con la pérdida
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La pérdida siempre será algo sucedido, pero una buena gestión emocional es clave para transitar. Par dejar de luchar, de negar, de enfadarse… Convivir con la pérdida no es un acto pasivo; es un proceso activo. Cuando perdemos algo significativo, no podemos simplemente «seguir adelante» como si nada hubiera cambiado. En lugar de ello, debemos encontrar maneras de integrar esa pérdida en nuestra narrativa de vida, permitiendo que informe, pero no defina, quiénes somos.
La aceptación no es resignación, sino reconocimiento de la realidad. Al aceptar lo que ha sucedido, nos permitimos empezar a explorar nuevas formas de ser y de vivir. Esto puede incluir la creación de nuevos rituales o hábitos, el descubrimiento de nuevas pasiones, o incluso la revisión de nuestro sentido de propósito y dirección en la vida.
Es importante reconocer que el duelo no tiene un «final» claro. Las etapas del duelo, como la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, no son lineales ni universales. Cada persona vive su duelo de manera única, y es fundamental respetar nuestro propio proceso y el de los demás.
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Otro duelo: La «pérdida de vida», envejecer y sentir la pérdida
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A medida que avanzamos en la vida, no solo perdemos a otros, sino también partes o aspectos de nosotros mismos. El envejecimiento, por ejemplo, nos confronta con la pérdida de juventud, de energía, de ciertas capacidades físicas, y de roles que alguna vez definieron nuestra identidad en la familia, en lo profesional y en la sociedad. Estos cambios pueden ser desafiantes y a menudo se viven como duelos y con resignación.
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No te voy a convencer que todo esto es “mejor”, sin embargo sí me gustaría invitarte a enfocarlo de esta forma: Cada etapa de la vida tiene su propio valor y ofrece sus propias oportunidades para el crecimiento personal y la auto-exploración. La aceptación de la vejez, y de las pérdidas asociadas con ella, puede llevarnos a una vida más plena y consciente, en la que apreciamos lo que somos en el presente sin anhelar constantemente lo que hemos perdido. La invitación es cambiar la palabra «pérdida» por «nueva etapa», diferente, con otros medios, circunstancias y aprendizajes.
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El legado: Toda pérdida nos deja un legado
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Sí, toda pérdida nos deja un legado. Puede ser un legado de amor, de sabiduría, recuerdos y esa lista de cosas que nunca se dieron… o incluso de nuevas perspectivas. Cuando nos permitimos honrar ese legado, en lugar de resistir la pérdida o aferrarnos al pasado, podemos encontrar un sentido de paz y propósito que nos ayuda a avanzar: aceptar el legado es avanzar desde la aceptación.
Gracias 😉
Por: Sandra Galí
Coach, humanista, Hipnóloga, periodista
EL PERIÓDICO DE LA PSICOLOGÍA
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Fabuloso artículo… genial la sustitución de la palabra pérdida por nueva etapa. Detrás de cada conflicto hay una oportunidad😉😘