Las Huellas en el Barro Fresco: sanar al Niño que llevamos dentro

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Es una de las verdades más sólidas de la psicología: la mente emocional del adulto se amasa en la infancia. No como un destino tallado en piedra, sino como un camino inicial cuyos surcos pueden hacerse profundos. Esos primeros años son el momento en que el barro de nuestra psique está más húmedo, más maleable. Cada experiencia, cada mirada, cada «te quiero» o cada silencio, deja una huella.

¿Por qué la infancia es tan determinante?
Imagina construir los cimientos de una casa. Si los primeros materiales son frágiles, o si la base es irregular, la estructura completa tenderá a tambalearse, sin importar lo hermosas que sean las paredes que levantes después.
En la infancia, construimos los cimientos de nuestro mundo emocional:

El cerebro en construcción: Nuestro sistema nervioso y nuestras redes neuronales están en plena formación. Las experiencias repetidas (como el consuelo constante o el miedo crónico) esculpen literalmente las conexiones cerebrales. El estrés tóxico infantil puede hiperdesarrollar la amígdala (centro del miedo) y dificultar el desarrollo del córtex prefrontal (regulador emocional).

El mapa de la realidad: El niño no tiene cómo saber qué es «normal». Para él, lo que vive en casa es el mundo. Si el mundo es impredecible y hostil, internalizará que la vida es así y que él merece ese trato. Ese mapa, aunque sea disfuncional, le sirvió para navegar entonces. El problema es que sigue usándolo de adulto, cuando ya no es útil.

Estrategias de supervivencia que se vuelven obsoletas: Un niño que es ignorado puede volverse hiperindependiente. Uno que recibe amor solo cuando logra algo, se convertirá en un adulto adicto al trabajo. Esas estrategias salvaron su equilibrio emocional en el pasado, pero de adultos se convierten en cárceles: dificultan la intimidad, el descanso, la conexión auténtica.

Trabajar las Heridas en la Madurez: No se Borran las Huellas, se Revisa el Mapa

La buena noticia, respaldada por la neurociencia, es que el cerebro es plástico. Podemos re-aprender. El objetivo no es «borrar» el pasado (imposible), sino integrarlo y dejar de ser rehenes de él.

Cómo Empezar el Camino de la Sanación:
Reconocimiento con Compasión (El «Ah, claro…»): El primer paso es conectar los puntos. «Ah, claro… mi desconfianza total en los demás no surgió de la nada. Mi miedo al abandono tiene rostro y fecha». Esto no es para culpar a los padres (ellos también tenían sus heridas), sino para dejar de culparte a ti mismo. Comprender que muchas de tus reacciones intensas son ecos de un pasado no resuelto.

Darle Voz al Niño Interior: Esta poderosa herramienta terapéutica consiste en conectar con esa parte de ti que quedó congelada en el dolor. Puedes hacerlo mediante la escritura (escribirle una carta a ese niño que fuiste), la visualización o el diálogo interno. Pregúntate: «¿Qué necesitaba ese niño que no recibió? ¿Seguridad? ¿Validación? ¿Permiso para jugar?». Como adulto, tú puedes ahora dárselo. Puedes ser el padre/madre amoroso que tal vez no tuviste.

El Cuerpo tiene la Memoria: El trauma no solo está en la mente, está encarnado. La ansiedad, la rigidez muscular, las enfermedades psicosomáticas pueden ser huellas corporales. Enfoques como la terapia somática, el yoga terapéutico, el EMDR o el brainspotting trabajan para liberar la memoria traumática atrapada en el sistema nervioso. No basta con «hablar de ello»; a veces hay que sentirlo en el cuerpo para liberarlo.

Reescribir la Narrativa: La terapia cognitivo-conductual y narrativa ayuda a identificar las creencias nucleares negativas («soy defectuoso», «no merezco amor», «el mundo es peligroso») y a desafiar su veracidad en el presente. Se trata de recoger la evidencia de tu vida adulta que desmiente esas viejas creencias.

Paciencia y Acompañamiento Profesional: Sanar no es lineal. Hay días de avance y días de regresión. Un psicoterapeuta especializado en trauma del desarrollo es el guía más valioso. Crea un espacio seguro donde el dolor pueda mostrarse sin juicio, algo que tal vez nunca existió. La relación terapéutica es, en sí misma, una experiencia correctiva.

Conclusión: De Víctima a Autor de tu Historia

Trabajar los traumas de la infancia en la madurez es el acto de valor más profundo. No es un ejercicio de auto-absorción, sino de liberación. Es pasar de reaccionar como ese niño herido a responder como el adulto sabio que puedes ser.

Es el proceso de decir: «Lo que me pasó no fue mi culpa. Pero mi sanación sí es mi responsabilidad». Al hacerlo, no cambias el pasado, pero transformas radicalmente su poder sobre tu presente. Le devuelves al niño que fuiste el futuro que merecía.

María López es psicóloga clínica, especialista en trauma complejo y apego. Dirige el espacio terapéutico ‘Raíces Reconectadas’.

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