El Periódico de la Psicología. Barcelona 12.09.2025. info@elperiodicodelapsicologia.info
No todas las heridas se ven. Algunas, profundamente arraigadas, se instalan en el alma y moldean silenciosamente nuestra forma de vivir, de vincularnos, de sentir. El maltrato y el sufrimiento emocional en la infancia —a menudo invisibles para el entorno— dejan marcas que perduran, y pueden acompañarnos durante años, incluso décadas, sin que logremos comprender del todo su origen.
Hablar de estas heridas es necesario. Comprender su impacto es un acto de justicia emocional. Y sanar, aunque complejo, es posible.
¿Qué entendemos por sufrimiento emocional infantil?
El sufrimiento emocional en la infancia no se limita a situaciones de abuso físico o negligencia extrema. También incluye formas más sutiles de maltrato: humillaciones constantes, invalidación emocional, gritos, silencios prolongados, ausencia de afecto, presiones desmedidas o la falta de disponibilidad emocional por parte de los cuidadores.
A veces, el niño no sabe que eso que le duele es injusto. Solo siente que no es visto, que no es escuchado, que no es suficiente. Y en lugar de culpar al adulto, se culpa a sí mismo. Este mecanismo de supervivencia emocional, aunque necesario en su momento, puede convertirse en una prisión en la adultez.
El impacto a largo plazo: la infancia no se queda atrás
Autoestima y valor personal.
Las experiencias tempranas configuran nuestra identidad. Si un niño crece en un entorno donde se le hace sentir inadecuado, poco valioso o rechazado, probablemente interiorice la creencia de que “no merece” amor, éxito o bienestar. Esta herida puede acompañar a la persona en la adultez en forma de inseguridad crónica, autosabotaje o dependencia emocional.
Relaciones interpersonales
Los primeros vínculos crean el molde de nuestras futuras relaciones. El maltrato o la carencia afectiva temprana pueden generar estilos de apego inseguros: miedo al abandono, dificultad para confiar, relaciones marcadas por la sumisión o el control. Muchas veces, repetimos lo que aprendimos, buscando inconscientemente reparar lo que quedó roto.
Salud mental.
La literatura científica es clara: las experiencias adversas en la infancia están asociadas a un mayor riesgo de depresión, ansiedad, trastornos disociativos, adicciones y trastornos de personalidad en la vida adulta. El cuerpo también habla: enfermedades psicosomáticas, problemas gastrointestinales, fatiga crónica y alteraciones del sistema inmune pueden tener raíces emocionales profundas.
Quienes crecieron en entornos de sufrimiento emocional suelen desarrollar una hipersensibilidad al rechazo, dificultades para regular sus emociones o reacciones desproporcionadas ante ciertos estímulos. No es debilidad: es el resultado de un sistema nervioso moldeado por el estrés y la necesidad constante de protegerse.
La ciencia confirma lo que el alma ya sabe
Estudios como los de Felitti et al. (1998), conocidos como la Investigación ACE (Adverse Childhood Experiences), han demostrado que la acumulación de experiencias adversas en la infancia se relaciona directamente con problemas de salud física y mental en la adultez. La neurociencia también ha revelado cómo el trauma emocional infantil puede alterar el desarrollo cerebral, afectando zonas clave como el hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal.
Pero también hay esperanza: la plasticidad cerebral y emocional nos permite sanar. No estamos condenados por nuestro pasado.
Sanar es posible
La buena noticia es que las heridas emocionales pueden ser reparadas. El primer paso es reconocer el dolor, darle nombre, validarlo. Después, buscar ayuda: terapias humanistas, EMDR, terapia somática, escritura terapéutica, grupos de apoyo, prácticas de mindfulness o meditación compasiva.
Sanar no significa borrar el pasado, sino transformar nuestra relación con él. Es darnos el permiso de dejar de sobrevivir, para empezar a vivir con más conciencia, libertad y amor hacia nosotros mismos.
El maltrato emocional infantil es un problema silencioso, pero no invisible. Aún en la adultez, ese niño o niña interna puede estar esperando ser visto, escuchado, abrazado. Y no es tarde.
La psicología no solo ofrece respuestas. También ofrece caminos. Y toda herida, por profunda que sea, puede convertirse en puerta de transformación.
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