El estrés tiene beneficios
¿Y si hemos demonizado el estrés? ¿Y si los profesionales de la salud, con su campaña de evitar el estrés han contribuido a etiquetarlo injustamente?
Los últimos estudios lo demuestran. Nos afectamos más por la idea que tenemos del estrés que por el estrés mismo.
Durante mucho tiempo, todos hemos aceptado que el estrés es la respuesta a condiciones externas que perturban el equilibrio físico y emocional de la persona. El resultado de este proceso se muestra en un deseo de confrontar o huir de la situación que la provoca. Pelea o huye es lo que entiende el cuerpo y así se prepara.
El estrés es lo que denominó el científico Selye como Síndrome general de adaptación o Reacción general de alarma. Inicia con una reacción de alarma, donde el organismo interpreta algunos acontecimientos llamados estresores como amenazantes, los cuales afectan de forma diferente según sus características individuales.
Los estresores pueden o no amenazar verdaderamente. El ladrón que nos apunta con la pistola es muy real, pero exponer ante un jurado o presentar un examen aterra tanto o más que la pistola del ladrón. La etapa de resistencia es la que soporta el cuerpo tratando de mantener su equilibrio, por lo que activa toda su reacción fisiológica para protegerse.
Estas son reacciones que se suponen se activan a corto plazo, pero en la actualidad sometemos nuestro cuerpo por largos períodos a las situaciones demandantes. Nuestro ejército de hormonas permanece activo casi todo el tiempo buscando la “adaptación” de la forma menos lesiva, pero la ansiada etapa de recuperación tarda en llegar.
Nuestro amigo el estrés en épocas muy remotas nos ayudó a librar muchas batallas, en las que era decisiva una respuesta rápida ante cualquier acontecimiento amenazador. Es por eso que ante un examen final, un jefe hostil, la presentación de un proyecto importante o ante la agresión de un ladrón experimentamos diferentes síntomas, según sea nuestra experiencia personal y nuestra capacidad de respuesta.
Pero lo que es indiscutible es que estos síntomas nos avisan que creemos estar ante una amenaza y nos ayudan a sobrellevarla, de allí la hipótesis de que experimentar estrés no es malo. Es nuestro cuerpo, con sus mecanismos protectores, que nos prepara para dar la mejor respuesta.
En la actualidad nuestra primitiva respuesta de adaptación continúa igual pero no es deseable socialmente, aunque a veces nos provoque salir corriendo cuando estamos estresados en el trabajo o queramos golpear a nuestro profesor.
¿Es posible evitar el estrés?
La respuesta es no. El estrés es sustancial e intrínseco en mayor o menor grado a la vida misma.
Si bien hay personas que terminan por sentirse improductivas, irritables o atrapadas en lo urgente. Otras, por el contrario, son capaces de manejar las exigencias y frustraciones laborales sin agotarse y mantienen un alto grado de productividad y creatividad laboral.
Las diferencias individuales son la clave para entender que unos estén estresados y otros no, es decir, que unos se vean afectados por el estrés mientras que otros no lo evalúen como perjudicial en sus vidas. No se trata de cómo las circunstancias nos afectan, sino de cómo interpretamos las mismas.
No son los sucesos, sean o no realmente amenazantes, los que determinarán que estemos o no estresados permanentemente sino lo que ocurre en nuestro pensamiento.
¿Por qué esta diferencia? ¿Cómo hacer que actúe a nuestro favor como en la antigüedad?
Kelly Mcgonigal, psicóloga de la salud, nos refiere que no es el estrés propiamente lo que nos hace daño, es la creencia de que este es dañino lo que nos afecta. Por eso nos anima a verlo en forma positiva.
¿Modificar nuestra perspectiva sobre el estrés puede hacernos más saludables? La respuesta contundente es sí. Al cambiar de opinión, al modificar nuestras creencias, las respuestas del cuerpo cambian ante el estrés y facilitan la adaptación que es en definitiva su fin primario.
La reflexión:
¿Y si repensáramos nuestras respuestas de estrés como provechosas y positivas? ¿Y si son nuestras creencias las que nos afectan?
Revisa tus paradigmas. Identifica qué tan verdaderamente amenazantes son tus estresores y por qué les has dado ese poder de perturbarte y hasta de enfermarte.Lo fundamental en estos casos es manejar nuestras creencias y actitudes ante las situaciones.
Trata de ver el estrés como algo útil, que activa nuestras hormonas del coraje. Tú eres el único dueño de tus creencias, actitudes y comportamientos. Tú puedes elegir cómo actuar. Cambia el paradigma en el que el estrés es algo perjudicial para ti. Deja de hacerte la víctima: “El tráfico me estresa”, “tú me haces desdichada”, “este trabajo va a matarme”.
Hazte cargo de tu vida, incorpora el paradigma del yo: “Yo soy responsable”, “yo decido”, “yo elijo”, ” yo puedo”. Haz tu declaración de poder personal.
Recuerda:
Entre el estresor y tu respuesta (cómo actúas ante el estrés) hay un universo de oportunidades que implica tomar una decisión personal.
¡Demos la bienvenida al estrés! ¡Es nuestro cuerpo que se prepara para salvarnos! ¡Para hacernos quedar bien ante cualquier estresor!
Además, agrega la psicóloga Mcgonigal, el cuerpo es tan sabio que tiene un mecanismo autorregulador para el estrés. La secreción de oxitocina induce a pedir ayuda a otros y esta relación, este contacto social cercano, se convierte en un protector que favorece la resiliencia en las personas y despierta el deseo de ayudar.
¡El estrés con sus exigencias, nos convierte en una mejor versión de nosotros mismos!
Fuente: TED