Imagina por un momento que nuestras neuronas son como un grupo de personas en una fiesta. En lugar de hablar a gritos para hacerse oír entre el bullicio, utilizan un sistema de comunicación secreto: una especie de conexión mágica que les permite entenderse sin necesidad de palabras, aunque estén en extremos opuestos del salón. ¿Suena fantástico, verdad? Pues eso es, más o menos, lo que algunos científicos están empezando a descubrir sobre el cerebro humano. Parece que nuestras neuronas podrían estar haciendo algo similar mediante el entrelazamiento cuántico, esa misteriosa propiedad que Einstein calificó como «espeluznante», y que ahora parece estar presente dentro de nuestras cabezas.
Parece salido de una novela de ciencia ficción, pero la realidad muchas veces supera la ficción. Al igual que en una película de superhéroes donde todos tienen poderes ocultos, resulta que nuestras neuronas también podrían tener «poderes» que no habíamos sospechado. Y no estamos hablando de mover objetos con la mente (al menos no por ahora), sino de una sincronización invisible, instantánea y asombrosa que podría estar ocurriendo entre diferentes partes del cerebro.
Ahora, sé que estarás pensando, «Vale, esto suena a que me están vendiendo humo», pero dejemos que el cuento avance, porque no es tan complicado como parece. Si alguna vez has estado en una conversación con alguien y, sin que ninguno de los dos diga nada, los dos empiezan a reírse del mismo chiste que ni siquiera se ha contado, entonces ya has vivido algo parecido a lo que ocurre en nuestro cerebro. Las neuronas, en lugar de depender de las típicas señales eléctricas o químicas que conocemos, pueden estar usando este «lenguaje secreto» del entrelazamiento cuántico para trabajar en equipo.
No se trata solo de neuronas bailando a la misma melodía sin esfuerzo. Lo fascinante es que este «baile» podría ocurrir en lugares distantes del cerebro al mismo tiempo, como si dos amigos, en lados opuestos de una ciudad, decidieran salir corriendo hacia el mismo bar, sin haber quedado de acuerdo previamente. Este fenómeno desafía todo lo que creemos saber sobre la distancia y la velocidad de la información. Algo así como si una carta enviada por paloma mensajera llegara antes de que la paloma saliera a volar.
Este concepto abre puertas enormes, pero antes de entrar por una de ellas, detengámonos un momento. A lo largo de la historia, grandes descubrimientos han cambiado por completo la manera en que entendemos el mundo. Piensa en Galileo, cuando sugirió que no todo gira alrededor de la Tierra. Al principio, la gente pensó que había perdido el juicio. «¡Imposible!» gritaban. Pero, como bien dijo el propio Galileo, «Eppur si muove» («Y sin embargo, se mueve»). Algo parecido está sucediendo ahora. Nos estamos enfrentando a la posibilidad de que nuestros cerebros funcionen de maneras que nunca imaginamos, y como el buen Galileo, algunos de estos científicos están señalando al cielo (bueno, a nuestras cabezas) y diciendo: «No es magia, es ciencia».
Pero volvamos a nuestra fiesta de neuronas. ¿Por qué esto es tan importante? Bueno, porque si realmente nuestras neuronas están cuánticamente entrelazadas, esto significa que no hay «distancia» que las separe realmente. No importa lo lejos que estén unas de otras, están conectadas en un nivel tan profundo que el concepto de espacio se vuelve irrelevante. Es como si pudieras hablar con alguien a kilómetros de distancia sin usar ni el móvil ni la WiFi. Es una conexión instantánea.
Esto nos lleva a una idea revolucionaria. Si nuestras neuronas pueden entrelazarse con otras en el cerebro, ¿qué pasa si esa capacidad va más allá de nuestro propio cuerpo? Aquí es donde la cosa se pone interesante. Algunos teóricos sugieren que podríamos estar, sin saberlo, entrelazados con todo lo que nos rodea: otras personas, animales, la Tierra misma. De repente, la frase de John Donne, «Ningún hombre es una isla», cobra un sentido cuántico que ni él mismo habría imaginado.
Tomemos un ejemplo de la vida real: cuando alguien entra en una habitación y, sin decir una palabra, «sientes» su presencia. No es que le hayas visto, ni que haya hecho ningún ruido. Simplemente lo sabes. ¿Y si eso no fuera solo intuición, sino entrelazamiento cuántico en acción? Puede que estemos conectados de formas que no podemos ver ni medir aún, pero que son tan reales como el aire que respiramos. Y si eso es cierto, la responsabilidad que tenemos es monumental. Nuestras acciones, pensamientos, emociones… todo podría estar afectando a los demás de maneras que no entendemos completamente.
Albert Schweitzer dijo una vez: «El ejemplo no es lo principal para influir en los demás; es lo único». Si estamos todos cuánticamente conectados, entonces esta afirmación adquiere un nuevo matiz. Ya no es solo una cuestión de lo que hacemos o decimos directamente a las personas cercanas. Podríamos estar influyendo en el universo entero solo con nuestros pensamientos. Eso es poder, pero también es una responsabilidad inmensa. Como dijo el tío Ben en Spiderman, «Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Si entendemos que somos creadores de nuestra realidad, y que nuestras decisiones no solo afectan nuestras vidas, sino el entramado mismo de la existencia, entonces es momento de pensar seriamente en qué queremos hacer con ese poder.
Esto no significa que mañana tendrás que caminar con cuidado de no «despertar» alguna bomba cuántica, pero sí podría significar que la manera en que pensamos sobre nuestras relaciones, decisiones y acciones empieza a cambiar. Si cada pensamiento, cada emoción, tiene el potencial de reverberar en el universo, ¿por qué no elegir proyectar lo mejor de nosotros mismos?
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Manu Férriz
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Fundador del Hospital del Alma
Creador del libro: ARA-CELI, Hospital del Alma
Fundador de la Universidad del Alma
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