¿Que tienen en común los neumáticos y la alta cocina?

En principio, nada.

Pero para Michelin, resultaron ser la combinación perfecta.

Hoy, cuando pensamos en Michelin, lo primero que nos viene a la mente son sus prestigiosas estrellas gastronómicas.

No siempre fue así.

Michelin comenzó como un humilde fabricante de neumáticos.

La pregunta es, ¿cómo pasó de vender caucho a ser el árbitro supremo de la gastronomía mundial?

Todo comenzó en 1900, con la creación de la Guía Michelin.

Originalmente, la guía no era sobre restaurantes, sino sobre viajes en coche.

Michelin quería animar a la gente a conducir más, para así vender más neumáticos.

La guía incluía mapas, instrucciones para cambiar neumáticos, listados de gasolineras y mecánicos… y también recomendaciones de dónde comer y alojarse en el camino.

Con el tiempo, estas recomendaciones gastronómicas y hoteleras se volvieron cada vez más populares y refinadas.

En 1926, la guía introdujo su famoso sistema de estrellas para calificar a los mejores restaurantes.

Y en 1936, contrató a su primer inspector a tiempo completo, convirtiéndose en la primera guía gastronómica profesional.

Esto nos deja un aprendizaje claro.

Enfócate en el beneficio final para el cliente.

Michelin no se limitó a vender neumáticos.

Vendió el resultado que los neumáticos permiten: viajar, descubrir, disfrutar.

Su negocio es la movilidad.
Y la movilidad es libertad, aventura, experiencias.

Hoy, la Guía Michelin es mucho más famosa y valorada que los propios neumáticos Michelin.

Se ha convertido en la «biblia gastronómica», capaz de hacer (o destruir) la reputación de un chef con una sola estrella.

Y todo porque Michelin entendió que no estaba en el negocio de los neumáticos, sino en el negocio de los viajes y las experiencias.

Analiza tu producto y reflexiona sobre lo que realmente estás vendiendo.

Si vendes brocas, quizás lo que realmente vendes es la capacidad de colgar un cuadro.

Si vendes maquillaje, quizás lo que realmente vendes es confianza en uno mismo.

«No vendemos cosméticos, vendemos esperanza», decía Charles Revson, fundador de Revlon.

El Disruptor lo sabe: el secreto no está en el producto, sino en el resultado.

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