Son constantes las noticias y los estudios que nos alarman sobre el consumo de cánnabis (porros) y drogas de síntesis (pastillas) entre nuestros hijos.
Es cierto que el porro es la droga ilegal más consumida en nuestro país, que hay datos que confirman que uno de cada tres jóvenes ha experimentado con ella, y que el consumo de estas drogas entre adolescentes puede dificultar su desarrollo mental, emocional y físico.
Puede ser un factor de fracaso escolar con las consecuencias que implica en su autoestima y en sus posibilidades sociales, presentes y futuras.
Los padres se enfrentan a un tema desconocido, con temor bien a no enterarse del consumo o, en el de descubrir que sus hijos usa drogas, a no saber cómo tratarlo.
La mejor prevención se desarrolla en la familia: dar amor a los hijos, ponerles límites y normas razonables, predicar con el ejemplo, fomentar su autoestima, su autonomía y responsabilidad, hablar y escuchar, conocer a sus amigos, y alentar alternativas de ocio saludables dentro de un estilo de vida coherente para todos los miembros de la familia desde que son pequeños.
El mejor momento para hablar sobre las drogas con los hijos no debería ser cuando se detecta su uso. El mejor momento sería en edades más tempranas como la preadolescencia (9 – 12 años), una edad en la que nuestros mensajes llegan sin tantas reticencias.
El adolescente no tiene percepción de riesgo con estos consumos, por eso es importante que se le explique que:
Puede producir dependencia. El consumo que realizan no tiene ningún efecto beneficioso o terapéutico. Con el abuso en el tiempo, el hachís provoca un funcionamiento mental enlentecido con serias dificultades para tomar decisiones y pérdidas de memoria. Puede surgir tristeza, apatía y falta de ilusiones. En personas predispuestas pueden provocar descompensaciones psicóticas, crisis de pánico y ansiedad. No se debe conducir bajo sus efectos. No se debe mezclar con otras sustancias psicoactivas.
En todos los casos, si cree que su hijo se droga, debe actuar con calma, hablando con serenidad, evitando los enfrentamientos. Es fácil caer en reacciones de rabia que encubren mucho miedo y preocupación, pero que, si bien nos ayudan a desahogarnos, no nos ayudan a comunicarnos con el/ella. Formarnos y recordar lo que es ser adolescente. Se trata de una etapa caracterizada por la curiosidad, la necesidad de transgredir normas, en la que el grupo de amigos importa mucho y necesitan sentirse aceptados por ellos. quieren divertirse y terminan probando drogas que luego pueden continuar tomando para evadirse o para relajarse. Informarnos sobre las drogas y sus procesos. Es importante aclarar si es un consumo ocasional, de experimentación, si ya abusa de ellos con consumos habituales, o si se trata de una dependencia. Intentar dialogar, creando un ambiente cálido donde se puedan explorar los motivos por los que consume. Si consumen para “no pensar en los problemas” y aliviar la rabia o el dolor, buscaremos alternativas y recursos que les ayuden. Las drogas solo empeoran los problemas. Plantearemos unas normas que los hijos entiendan como un cuidado para ellos. Transmitamos que crecer es pasar de un mayor control externo a un autocontrol, pero que si fuman porros o toman pastillas malogran este crecimiento hacia la madurez. Estableceremos, por un tiempo, unas normas en horarios, abstinencia y convivencia. Ayudaremos a que el adolescente se plantee objetivos a medio y largo plazo, consecuentes con el esfuerzo personal. Para que no busque gratificaciones inmediatas en las drogas. Es importante explicarle que esforzarse es la manera de lograr recompensas más satisfactorias (más retardadas, pero más consistentes) que las que ofrece la droga.
Recuerden que un buen clima familiar es la mejor prevención y la mejor ayuda en la solución de los problemas de consumo de un adolescente.
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