En un templo estaba el maestro junto a su discípulo…

En un templo estaba el maestro junto a su discípulo. Observando el sufrimiento de un anciano moribundo que yacía en su lecho aquél aprendiz le preguntó: -Maestro ¿Qué sentido tiene la vida?
El Maestro sonrió y contestó:
«Todo el sentido, ser capaz de dejar de buscar el sentido y los dos al mismo tiempo. Depende de quien sea el observador…
…cuando no necesitas encontrar un sentido a la experiencia que estás viviendo es que la aceptas como lo que es y no como lo que quisieras que fuese desde tu percepción. Requerimos ese «sentido» a modo de expectativa que nos autorice a vivir. No nos damos cuenta de que ya estamos siendo en este mismo instante con todo el esplendor de nuestro diseño. Desapegarnos de ese universo mental que siempre busca respuestas y justificaciones en relación a una percepción ilusoria auto-asignada de sufrimiento es sintonizar con el único sentido útil. Llegados a este punto sólo queda expresar el amor que está en nuestra esencia.
Te lo explicaré de otra manera -le dijo el maestro a su discípulo:
Había una vez una madre tortuga que tenía tres hijas.
La mayor se llamaba SEN y siempre se estaba quejando porque observaba constantemente en ella dificultad y lentitud de movimientos. Pasaba momentos de profunda tristeza intentando volver a su posición normal cuando volcaba su caparazón. Muchas veces pensaba con impotencia por qué le habría tocado ser tortuga. Siempre pensaba que otros animales eran más afortunados que ella. Era tan fuerte ese sentir que muchas veces cuando hibernaba y ya había finalizado el periodo de quietud se negaba a salir de su guarida y su madre la tenía que empujar con fuerza para que siguiera su ciclo vital. Ella no encontraba el sentido a su propia naturaleza.
La mediana se llamaba TI y solía estar irritada porque al estar en medio de sus hermanas percibía que nadie le hacía caso. Quería siempre llamar la atención y lo hacía bloqueando el paso y haciendo montículos de arena en la playa para que les costase avanzar. Su madre no la valoraba y estaba un poco harta de tanta reacción infantil. Ella sólo quería sentirse amada y lo único que conseguía era que cada vez el distanciamiento fuera mayor. No encontraba el sentido por no recibir ese amor que creía merecer.
La tortuga más pequeña a la que pusieron el nombre de DO era la más alegre de las tres. Se pasaba el día en el agua jugando a perseguir pececillos y haciendo carreras con delfines. Desenterraba los cangrejos escondidos en la arena y reía al observar su reacción. Había descubierto lo veloz que podía llegar a ser en la profundidad del mar. Su madre la adoraba y le explicaba cuentos antes de dormir. La pequeña disfrutaba siendo tortuga y cuando tenía cualquier dificultad siempre conseguía convertirla en una nueva oportunidad para aprender y convertir la solución en un juego. Ella no buscaba el sentido.
Y ahora ahora te voy a hacer una pregunta le dice el maestro a su discípulo. ¿Cuál de las tres tortugas es la que más se acerca al sentido de su propia existencia?
-La pequeña DO, -respondía convencido aquél joven. Se puede observar claramente que es la que más ama la vida en su condición de tortuga.
El maestro volvió a sonreír y le dijo:
«En realidad las tres son puro sentido por el mero hecho de estar siendo experiencia vital»
No existen niveles de amor o de sabiduría. El amor es el propio impulso o latido que nace neutro en cada ser. Todo el colorario de matices cocreando en unidad conforman la propia belleza de la existencia.
Víctor Frankl, encerrado en su oscura celda experimentó una mutación de su percepción y ello actuó como antídoto para transitar cualquier «cómo» en aquel campo de concentración que irremediablemente lo tenía recluido. «Proyectó un bien para la Humanidad» reservado únicamente a su personaje y fue el camino inconsciente que facilitó su «salvación». Podría haber optado por abandonar ese apego a la vida en esas condiciones tan infrahumanas y ello hubiera tenido también todo el «sentido» pero no fue así.
La búsqueda del sentido es otro matiz de una mente que cree «estar siendo una determinada identidad» imaginando que se dirige a algún lugar que lo salvará de experimentar lo que podríamos llamar «miedo a ser su propia luz». En esa inopia busca «razones» futuras u objetivos a alcanzar para tolerar algunos aspectos de su «personaje». La vida no pide ser validada, valorada o justificada en función de un destino… ni siquiera pide ser amada. La vida no pide nada. Cualquier opción experimentada sigue siendo vida. Somos nosotros quienes podemos optar por «no pedir» algo a la vida. Dile tú a una brisa o a un huracán que están en lo cierto o equivocados, o que carecen de sentido, o que necesitan alcanzar algo diferente a lo que ya son, cuando todos los procesos siempre fueron sagrados y legítimos en este perfecto paraíso de la creación.
El SENTIDO no se busca. Es una experiencia que te encuentra cuando abres la puerta a SENT IR la vida en todas sus singularidades. Aunque no seas atrapada por un motivo que destape el amor hacia la totalidad… la experiencia vivida tiene de por sí siempre… todo el sentido.
Manu Ferriz
Fundador y Creador de ARA-CELI
hOSPITAL DEL ALMA
www.ara-celi.org

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