De ser cierto que la hiperia es una sofisticada modalidad de comunicación y de conocimiento que permite a quienes la poseen en alto grado una mejor aprehensión de la realidad, tendríamos que encontrar este funcionamiento hipersincrónico especialmente representado entre las personas que fueron capaces de adentrarse por primera vez en áreas de la realidad hasta entonces ignotas para la humanidad, las cuales, tras haber sido exploradas por ellos, terminaron por ser habituales y familiares para el resto de la humanidad. Es decir, de ser cierta la existencia de la hiperia deberíamos hallarla representada en un alto grado entre los genios.
Dicho de manera todavía más impactante: de ser cierta la hipótesis de la hiperia, habríamos dado con la respuesta del celebérrimo enigma planteado por Aristóteles en el siglo V antes de Cristo, el cual viene desde entonces resonando la mente de prestigiosos filósofos e investigadores de todas las épocas:
«¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia de estado, la poesía o las artes, resultan ser claramente melancólicos, y algunos hasta el punto de hallarse atrapados por las enfermedades provocadas por la bilis negra?»
Aclaremos antes de nada que melancolía ha sido el término usado para denominar la depresión hasta finales del siglo XVIII, época partir de la cual fue siendo sustituido por la denominación actual de depresión. Aclaremos igualmente que en la época de Aristóteles, melancolía y epilepsia eran términos casi sinónimos e intercambiables, como puede leerse en el tratado hipocrático sobre las Epidemias.
«Los melancólicos suelen, en su mayoría, volverse también epilépticos, y los epilépticos, melancólicos; y cada una de esas afecciones prevalece según a cuál de los dos sitios se oriente la debilidad: si al cuerpo, epilépticos; si a la mente, melancólicos».
Pues bien, la hipótesis de la hiperia aquí desarrollada, da respuesta cumplida y satisfactoria a la cuestión aristotélica: los genios llegan a serlo precisamente porque su cerebro tiene más desarrollada la capacidad de funcionamiento hipersincrónico o epileptoide, actividad que se traduce en vivencias insólitas, ya sean melancólicas (depresivas) o de otra índole. Son precisamente estas vivencias de carácter asombroso y extraordinario las que introducen al genio, aun en contra de su voluntad, en un mundo nuevo y diferente que no le queda más remedio que explorar.
Conforme a esta explicación, veremos ahora que un gran número de personajes geniales nos han dejado constancia, en sus diferentes obras, de sus vivencias hipéricas y, por tanto, del funcionamiento epileptiforme de su cerebro.
A continuación ofrecemos una revisión detallada de estas variadas manifestaciones, para lo cual contemplaremos tres diferentes apartados de la creatividad humana:
Hiperia y creatividad mística
Hiperia y creatividad artística
Cuanto venimos señalando a lo largo de este estudio acerca de la hipersincronía neuronal, y más concretamente respecto a la relación entre hipersincronía y aprendizaje, nos conecta inmediatamente con el mundo de la mística. Efectivamente, muchos místicos, no sólo han experimentado y dado cuenta de sus experiencias hipersincrónicas espontáneas, sino que han aprendido además a manejarlas voluntariamente: los mismos automatismos psíquicos que aquí venimos concibiendo como expresión del funcionamiento hipersincrónico del cerebro humano, esos mismos, los encontramos descritos entre los místicos de todas las culturas y épocas de la historia, interpretados por ellos como manifestaciones espirituales de su proceso de acercamiento a Dios. Subrayemos, a este respecto, que todas las escuelas místicas usan, de forma aprendida y programada, la luz (velas, vidrieras de colores que filtran la luz de las iglesias y catedrales), la música (cantos sacros), los estímulos químicos (inciensos), los estímulos afectivos y verbales (repetición incesante de mantras y de jaculatorias), para favorecer la aparición de lo que ellos llaman experiencias místicas y que, nosotros, interpretamos como descargas hipersincrónicas o vivencias hipéricas.
Por cierto que, consideradas de este modo, es decir, estrictamente desde el punto de vista de la hiperia, nuestras viejas catedrales góticas y las modernas discotecas del siglo XXI, por más distantes y diferentes que puedan parecernos a primera vista, son espacios destinados a cumplir una misma función: desencadenar vivencias hipéricas a base de luces cromadas y centelleantes, música de ritmo machacón, repetición incesante de estribillos musicales y de jaculatorias, consumo de sustancias químicas, ya sea inhaladas, ya por otras vías… Todo ello con el fin de activar ese funcionamiento hipersincrónico de nuestro cerebro que posibilita la aparición de vivencias extraordinarias.
Así pues, si bien la esencia de la mística no es esta fenomenología extraordinaria, como a menudo se ha pretendido imponer desde la óptica de un cientificismo estrictamente positivista, sino que consiste en un proceso de desligamiento y purificación religiosa que va mucho más allá y que tiene poco que ver con estos fenómenos aparentemente paranormales, lo cierto es que en todas las escuelas místicas (judía, cristiana, musulmana, hindú, taoísta, budista, etc.) aparecen profusamente descritos fenómenos psíquicos tales como:
Fases de intenso sufrimiento psíquico, con inhibición y enlentecimiento de todas las facultades psicomotrices: el místico interpreta como períodos de purificación pasiva a fin de que su alma llegue al grado absoluto de desprendimiento que requiere la unión con Dios. Durante estas etapas el místico tiene la convicción de que, bloqueadas y definitivamente inutilizadas sus facultades psíquicas, ha perdido para siempre la posibilidad de alcanzar la deseada unión con Dios que anhelaba y que constituía el motor único de su vida. Estos estados han sido simbolizados en la mística con diferentes imágenes (travesía del desierto, necesidad de que muera la vieja persona para que así pueda nacer una nueva, descenso a los infiernos, etc.), pero probablemente ninguna de ellas tan acertada como la célebre Noche oscura del místico español San Juan de la Cruz.
Cualquier psiquiatra que hubiera leído, no digo ya la obra completa de san Juan de la Cruz, sino tan sólo las quince primeras páginas del libro segundo de Noche Oscura, habrá llegado a la misma conclusión que yo: el autor describe depresiones melancólicas de intensidad psicótica con tal precisión que un o se siente tentado a afirmar que está narrando su propia experiencia. Las citas del místico carmelita que a continuación transcribimos muestran todos los síntomas de la depresión mayor melancólica, incluidas las ideas delirantes de culpa típicas de este trastorno afectivo cuando alcanza intensidad psicótica: el sujeto se siente el mayor pecador del mundo y merecedor de cuanto le está pasando:
“Queriendo Dios desnudarlos de hecho de este viejo hombre y vestirlos del nuevo, que según Dios es criado en la novedad del sentido, que dice el Apóstol (Cl. 3, 10), desnúdales las potencias y afecciones y sentidos, así espirituales como sensitivos, así exteriores como interiores, dejando a oscuras el entendimiento, y la voluntad a secas, y vacía la memoria, y las afecciones del alma en suma aflicción, amargura y aprieto, privándola del sentido y gusto que antes sentía de los bienes espirituales.” (2N 3, 3)
“En pobreza, desamparo y desarrimo de todas las aprensiones de mi alma, esto es, en oscuridad de mi entendimiento y aprieto de mi voluntad, en afición y angustia acerca de la memoria, dejándome a oscuras en pura fe (la cual es noche oscura para las dichas potencias naturales) sólo la voluntad tocada de dolor y aflicciones… “
“Porque el sentido y espíritu, así como si estuviese debajo de una inmensa y oscura carga, está penando y agonizando tanto, que tomaría por alivio y partido el morir.”
“Pero lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios”.
Fases de alegría y exaltación jubilosa, a las que el místico confiere un valor de éxtasis religioso: las encontramos prácticamente en la totalidad de las obras místicas, donde aparecen interpretadas como períodos de iluminación gozosa que preludian la deseada y definitiva unión final que está todavía por llegar. Las manifestaciones de gozo ilimitado, así como de exaltación y facilitación de las funciones psíquicas que describen los místicos durante estos períodos, recuerdan en todo al optimismo y sentimiento de omnipotencia que describen los pacientes durante la fase maníaca del trastorno bipolar, los cuales experimentan una sensación de omnipotencia que les permite emprender y llevar a cabo cualquier tarea, al tiempo que lo experimentan todo como maravilloso.
Alternancia de fases depresivas y fases expansivas que asemejan en todo un trastorno bipolar: muchos místicos describen una alternancia de fases depresivas con otras de exaltación, que asemejan un trastorno bipolar que cicla rápidamente. Por descontado, San Juan de la Cruz Juan da cuenta detalladamente de esta alternancia de fases expansivas y fases de inhibición, que antaño ser llamaba psicosis maníaco-depresiva, se denomina hoy trastorno bipolar. Pues bien En efecto, cualquier especialista que se tome la molestia de hacer esa lectura, quedará convencido de que el fraile carmelita conocía, casi con seguridad por propia experiencia, el genuino y auténtico trastorno bipolar endógeno, es decir, la psicosis maníaco-depresiva. Es más, adelantándose cuatro siglos a la comunidad científica, él fue el primero en usar el término polaridad para referirse a esta alternancia de fases de inhibición y exaltación entidad clínica, la cual se denominaba antes psicosis maníaco-depresiva término que Karl Schneider sustituyó por el actual de trastorno bipolar:
“En estos medios hay interpolaciones de alivios, en que por dispensación de Dios, dejando esta contemplación oscura de embestir en forma y de modo purgativo, embiste iluminativa y amorosamente”.
Es digno de mencionar también el siguiente ejemplo que aparece en las Colaciones de San Juan Casiano, escritas en el siglo IV:
“En ocasiones, hallándonos en nuestras celdas, sentimos nuestro corazón henchido de inmensa alegría, y, en medio de un gozo inefable, nos sentimos como invadidos por una oleada de sentimientos y luces espirituales. Es un fenómeno de tal naturaleza que no puede traducirse en palabras. Incluso la mente se siente incapaz de concebirlo. En estas circunstancias, nuestra oración es pura y sumamente fácil. Pero acontece también que, de pronto, y sin mediar causa alguna —de la que seamos al menos conscientes—, nos sentimos presa de la más profunda congoja. Es una tristeza que nos abruma y cuyo motivo en vano intentamos indagar. La lectura nos causa disgusto, y la oración anda errante, desquiciada, como si fuéramos víctimas de la embriaguez. Ahí vienen los lamentos. La mente queda desprovista de todo fruto espiritual, y tal es su esterilidad, que ni el deseo del cielo ni el temor del infierno bastan para despertarla de este sueño mortal y sacudirla de su letargo.”
En el mismo sentido que Casiano, pero 1.100 años después, San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Describe en su Autobiografía el siguiente caso de alternancia repentina de fases maníacas y depresivas, que sugieren igualmente un trastorno bipolar con ciclación rápida:
“Mas luego después de la susodicha tentación empezó a tener grandes variedades en su alma, hallándose unas veces tan desabrido, que ni hallaba gusto en el rezar, ni en el oír misa, ni en otra oración ninguna que hiciese; y otras veces viniéndole tanto al contrario desto, y tan súbitamente, que parecía habérsele quitado la tristeza y la desolación, como quien quita una capa de los hombros a uno.”
«A deshora llegan estas vascas», dice santa Teresa aludiendo al carácter automático e inesperado con que se presentan estos estados de arrobo, ya sean dolorosos o gozosos. Eso es lo que parece haberle ocurrido aquí al profeta Daniel, cuyo gozo se desborda en verdadera risa, aparentemente inoportuna en ese escenario de santa y grave unción que debería ser el Pórtico de la Gloria.
Noche y día, cielo e infierno, oasis y desierto son algunas de las imágenes antitéticas más frecuentemente empleadas en las diversas escuelas místicas para simbolizar las fases de sufrimiento y de gozo por las que atraviesa el espiritual durante su proceso místico.
Alucinaciones visuales y auditivas que el místico interpreta como visiones y locuciones de naturaleza divina, manifestaciones de las que es fácil hallar significativos ejemplos en los escritos de muchos espirituales (el lector puede consultar, por ejemplo, la obra El fenómeno místico, de Martín Velasco.
Visiones intelectuales, en las que como dice san Agustín, el místico adquiere un conocimiento por vía pura de inteligencia, sin mediación de impresión sensible o imaginativa alguna. Es decir, en estos casos se producen ideas repentinas en forma de intensas intuiciones que se acompañan del sentimiento de certeza absoluta y que recuerdan en todo a la descripción de la vivencia delirante primaria que hace Karl Jaspers en su Psicopatología. Como prototipo de todas ellas merece la pena citar el siguiente pasaje de las Obras Completas de Santa Teresa de Jesús:
«Cuando, estando el alma en esta suspensión, el Señor tiene por bien demostrarle algunos secretos, como de cosas del cielo y visiones imaginarias, esto sábelo después decir; y de tal manera queda impreso en la memoria, que nunca jamás se olvida. Mas cuando son visiones intelectuales, tampoco las sabe decir; porque debe haber algunas en estos tiempos tan subidas, que no las convienen entender los que viven en la tierra para poderlas decir».
Impulsiones, en las que el místico se siente fuertemente compelido a realizar un acto en contra de su voluntad, experimentando esta impulsión con tanta violencia que tiene miedo de no ser capaz de controlarla y, en ocasiones, necesita tomar determinadas medidas para no acabar cediendo a la fuerza impulsiva. Estas características de la impulsión sugieren fuertemente que se trata de automatismos que ocurren en un estado de conciencia hipersincrónico que está más allá de la voluntad del sujeto.
San Ignacio de Loyola nos ofrece el siguiente ejemplo de impulsión suicidaría:
“Estando en estos pensamientos, le venían muchas veces tentaciones, con grande ímpetu, para echarse de un agujero grande que aquella su cámara tenía y estaba junto al lugar donde hacía oración.”
Por su parte san Juan de la Cruz describe sus propias impulsiones, de características probablemente hipersincrónicas, en los siguientes términos:
“Otras veces se les añade en esta noche el espíritu de blasfemia, el cual en todos sus conceptos y pensamientos se anda atravesando con intolerables blasfemias, y a veces con tanta fuerza sujetadas en la imaginación, que casi se las hace pronunciar, que les es grave tormento.”
Finalmente, transcribimos la siguiente auto-experiencia de pánico e impulsión suicidaría descrita por Moreau de Tours bajo los efectos de la ingesta de cannabis:
“Caigo inmediatamente en un estado de pantofobia. De repente me siento asaltado por un terror que no acierto a explicar, y frente al que en vano intento tranquilizarme. Mando que cierren enseguida la ventana de la habitación en la que me encontraba, por temor a no ser capaz de dominar la fantasía de precipitarme por ella y acabar cediendo a la misma.»
Algunos místicos narran también vivencias de despersonalización, como esta concisa y muy lograda descripción de san Juan de la Cruz:
«Otras veces piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda maravillado de las cosas que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas, siendo las mismas que solía traer comúnmente.»
Al igual que en el terreno místico, también en el mundo del arte encontramos descritas las vivencias hipéricas con tal frecuencia y profusión que induce a pensar que esta modalidad de funcionamiento cerebral se halla más desarrollada, proporcionalmente, entre los artistas que en el resto de la población. Los ejemplos de artistas geniales que han dejado constancia de sus experiencias hipersincrónicas son incontables, muy especialmente en la literatura. Una relación de citas con todos pasajes literarios famosos que describen vivencias hipéricas se haría interminable. Así, por ejemplo, el célebre episodio de la magdalena de Proust, en la que el autor describe una crisis de epilepsia refleja desencadenada tras volver a tomar, ya de adulto, uno de aquellos pastelillos que solía comer de niño: nada más ingerir el primer bocado del pastel, con el olor y el sabor antaño experimentados, de repente y de forma completamente automática se despliega en su mente una abundante de cascada de recuerdos que dejan al descubierto todas las vivencias ocurridas durante su infancia en Combray, recuerdos que hasta ese momento se hallaban aparentemente olvidadas.
O el no menos célebre episodio que relata Jack Kerouac En el camino: tras una agotadora jornada de viaje, echado sobre la cama de un viejo hotel en Des Moines, experimenta una súbita e intensa vivencia de despersonalización acompañada de un fuerte sentimiento de extrañeza, que describe en los siguientes términos, y que tanto se parece a la despersonalización de san Juan de la Cruz que acabamos de describir en el apartado anterior:
«Me desperté cuando el sol se ponía rojo; y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía ni quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato que nunca había visto antes, oyendo los siseos del vapor afuera, y el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos.»
Podríamos seguir desgranando un sinfín de de ejemplos pertenecientes a autores tan variopintos como Walt Whitman, Albert Camus, Juan Ramón Jiménez… Y hablando de Juan Ramón Jiménez, ¿cómo pasar por alto esa impresionante estrofa en la que el poeta de Moguer sintetiza de forma maravillosa cuanto venimos diciendo acerca de la fusión entre mística y arte?
Qué triste es amarlo todo
sin saber lo que se ama!
Parece que las estrellas
compadecidas me hablan;
pero como están tan lejos,
no comprendo sus palabras.
Pero, entre todos los autores que han narrado experiencias hipéricas, vamos a detenernos unos instantes en las figuras de Fedor Dostoievski, Herman Hesse y Emil Cioran, ya que en los tres encontramos estas experiencias descritas con tal profusión que se puede decir que las mismas constituyen un elemento esencial de su obra literaria.
Fedor Dostoievski describe multitud de vivencias hipersincrónicas en sus escritos, lo cual no debería extrañarnos en absoluto dado que este autor era, él mismo, epiléptico. Entre todas estas descripciones merece la pena citar aquí la vivencia psíquica que experimenta el príncipe Mishkin en El Idiota como preludio y anuncio del ataque epiléptico generalizado que va a tener lugar inmediatamente después:
«Recordó los síntomas que anunciaban los ataques de epilepsia tantas veces sufridos. En plena crisis de angustia, de opresión, de atontamiento, le parecía que de repente le ardía el cerebro y que todas las fuerzas vitales de su ser adquirían un ímpetu prodigioso. En aquellos momentos, fugacísimos, el sentido, la consciencia de la vida se multiplicaban en él. El corazón y el espíritu se le iluminaban con una claridad cegadora. Toda su agitación, sus dudas, sus angustias, culminaban en una gran serenidad hecha de alegría, de armonía, de esperanza que le llevaba al total conocimiento, a la comprensión de la causa final, al minuto sublime. Pero aquellos momentos radiantes, aquellos relámpagos de intuición, presagiaban el instante decisivo que precedía al ataque».
Imposible dejar de citar los célebres segundos que valen más que toda una vida entera, tal y como Dostoievski los describe en Los endemoniados:
«Hay segundos, sólo se dan cinco o seis segundos, en que de pronto siente usted la presencia de la eterna armonía, completamente lograda. No es cosa terrenal: no quiero decir que sea celestial, sino que el hombre en su forma terrenal no puede soportarla. Lo más terrible de todo es que sea una cosa tan intensamente clara y se sienta tal alegría. Si durase más de cinco segundos, el alma no lo aguantaría y tendría que desaparecer. En esos cinco segundos he vivido yo una vida, y por ellos daría mi vida toda».
Herman Hesse constituye, en cuanto a la hiperia se refiere, un caso muy parecido al del novelista ruso: también en sus obras encontramos, aquí y allá, múltiples vivencias que reúnen las características de las experiencias hipéricas. Baste recordar el impresionante comienzo de su gran novela El lobo estepario, en el cual sintetiza de modo magistral cuanto venimos exponiendo en esta página web:
«¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo entender ni compartir todos esos placeres, que a mí me serían desde luego asequibles y por los que tantos millares de personas se afanan y se agitan. Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura».
Las vivencia Y cuáles son esas extraordinarias vivencias en pos de las que discurre la vida de Harry Haller, el protagonista de El lobo estepario, las cuales tan sólo los artistas y los locos parecen conocer y anhelar? Pues no son otras que las ya mil veces repetidas vivencias hipéricas, unas veces en forma de crisis musicó gena, o bien evocadas por alguna meditación o lectura:
«Sonaba una antigua música magnífica. Entonces, entre dos compases de un pasaje pianísimo tocado por oboes, se me había vuelto a abrir de repente la puerta del más allá, había cruzado el cielo y vi a Dios en su tarea, sufrí dolores bienaventurados, y ya no había de oponer resistencia a nada en el mundo, ni de temer en el mundo a nada ya, había de afirmarlo todo y de entregar mi corazón. No duró mucho tiempo […] Otra vez tornó la visión con la lectura de un poeta, con la meditación sobre un pensamiento de descartes o de Pascal».
Otro tanto ocurre en su novela Siddhartha, en la que el protagonista experimenta numerosas vivencias hipéricas:
«Con el rostro desencajado clavó su vista en el agua … en ese instante sintió una voz llegar desde lugares remotos de su alma … era una palabra, una sílaba que repetía maquinalmente una voz balbuciente: el sagrado Om, lo perfecto. de repente su espíritu adormecido se despertó y reconoció la necesidad de su intención y de nuevo volvió a tener conciencia de Brama, pero ese momento tan sólo duró un segundo, como un rayo.»
Para el escritor y filosofo, Emil Cioran, de origen rumano pero afincado en París, la música tiene una importancia capital y encontramos en su obra constantes referencias a la misma como causa eficaz para producir vivencias de características claramente extáticas:
«Vivir en perpetua exaltación, hechizado y enloquecido en medio de una borrachera de melodías, de una embriaguez de divinas sonoridades, ser yo mismo música de esferas, una explosión de vibraciones, un canto cósmico y una elevación en espiral de resonancias. Los cantos y la tristeza dejan de ser ya dolorosos en esta embriaguez y las lágrimas se vuelven ardientes como en el momento de las supremas revelaciones místicas.»
La descripción del paroxismo extático no puede ser más explícita y descubrimos en ella las mismas «lágrimas gozosas» que han experimentado Agustín de Hipona, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila o san Juan de la Cruz…, lágrimas que se acompañan de la intensa convicción de hallarse frente a «las supremas revelaciones místicas».
Para Cioran no hay sombra de duda: la música despierta en el cerebro verdaderos éxtasis, es decir, experiencias súbitas que reúnen todas las características de la fenomenología mística extraordinaria y que se acompañan de la viva impresión de fusión con la Verdad. Incluso emplea el término éxtasis musical una y otra vez para referirse a ellas:
«El éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a las raíces primarias de la existencia. En él sólo queda el ritmo puro de la existencia, la corriente inmanente y orgánica de la vida. Oigo la vida. De ahí arrancan todas las revelaciones.»
Cioran concibe el ritmo y la melodía como la esencia de la vida y las citas en este sentido se suceden una y otra vez:
«Me cautiva y me vuelve loco de alegría el misterio musical que yace dentro de mí, que proyecta sus reflejos en melodiosas ondulaciones, que me deshace y reduce mi sustancia a puro ritmo. He perdido la sustancialidad, ese irreductible que me daba prominencia y perfil, que me hacía temblar ante el mundo, sentirme abandonado y desamparado, en una soledad de muerte y he llegado a una dulce y rítmica inmaterialidad, cuando no tiene sentido alguno seguir buscando mi yo porque mi melodización, mi transformación en melodía, en ritmo puro, me ha sacado de la habitual relatividad de la vida.»
Por: Nueva Psiquiatría
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