Una de las grandes trampas emocionales de la maternidad es la creencia, profundamente arraigada, de que el vínculo entre la madre y el bebé debe ser inmediato, intenso y maravilloso. Pero no siempre es así. Tanto Mireia como Júlia han descubierto que, detrás del relato idealizado de la maternidad, también hay miedo, inseguridad y una gran desconexión emocional: “Tenía mucho miedo de decir en voz alta que no me sentía conectada con mi hijo”, ha explicado Mireia, “todo el mundo me decía que tenía que estar contenta”. Pero no era así.
Mireia y Julia son dos de las muchas mujeres que han experimentado depresión posparto, una realidad que afecta a una de cada cinco madres en Cataluña, según datos de la Agencia de Salud Pública. Aun así, el 75% de los casos nunca llegan a diagnosticarse, y solo un 10% de las mujeres recibe un tratamiento adecuado, según alertan desde la Unidad de Salud Mental Perinatal del Hospital Clínic de Barcelona.
Desconexión
Mireia siempre había soñado con ser madre. Pero cuando nació su hijo, nada fue como había imaginado. Tras una cesárea complicada y problemas de salud del bebé, se sintió emocionalmente desconectada y acosada por pensamientos intrusivos: «No reconocía a mi hijo como mío, tenía la sensación de que me lo habían cambiado”, ha confesado Mireia, que empezó a sentirse ajena a su bebé pocos días después del parto.
Para Júlia, la depresión comenzó antes del parto. Con antecedentes de síndrome premenstrual severo y un cuadro de ansiedad previo al embarazo, se vio obligada a dejar la medicación durante la gestación: “Todo esto fue empezar mal para mí”. El parto, traumático, con fórceps y una episiotomía inesperada, dejó secuelas físicas y emocionales. En ningún caso el vínculo emocional con el bebé fue automático.
La culpa y la angustia
Lo más difícil para muchas madres es reconocer que no están bien. El sentimiento de culpa por no sentirse felices, la vergüenza por no conectar o no tener un vínculo inmediato con el bebé, y la presión social de vivir la maternidad como un momento mágico hacen que muchas mujeres guarden silencio.
El relato social de la maternidad como una etapa plenamente feliz a menudo ahoga los malestares reales de las mujeres.
Como denuncia la Dra. Raquel Tulleuda, ginecóloga y sexóloga, el foco suele ponerse en el bebé, mientras que la salud emocional de la madre queda en segundo plano. Y esto genera un cóctel explosivo: presión social, hormonas descontrola- das, cansancio extremo y soledad emocional.
“Yo lo quería, pero en mi cabeza no sentía que lo quisiera. Era como si me hubieran metido una idea en la cabeza que no encajaba con lo que vivía”, ha descrito Mireia.
La ayuda
Ambas buscaron apoyo especializado. Mireia acudió al Centro de Día Madre-Bebé del Hospital de Sant Pau, donde combinó tratamiento farmacológico con terapia y actividades con su hijo. Júlia, por su parte, se puso en manos del equipo de Salud Mental 360 de la Sociedad Mercè Española, en Sabadell.
Con el tiempo y el apoyo adecuado, ambas lograron salir adelante. Mireia ha asegurado que después de tres meses empezó a «reencontrarse consigo misma» y, como consecuencia, con su hijo. Ahora, sin medicación, se plantea volver a ser madre algo que Júlia ya ha hecho hace dos meses. Una segunda maternidad que ha vivido con una mirada muy diferente gracias a un tratamiento compatible con el embarazo.
El testimonio de Mireia y Júlia contribuye a visibilizar una realidad que todavía pesa en silencio. La depresión posparto no es un fracaso personal, sino una cuestión de salud pública que requiere recursos, comprensión y desestigmatización.
SER Catalunya
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